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Personalidad

Conjunto de pensamientos, sentimientos y comportamientos profundamente incorporados, que persisten en el tiempo y nos hacen únicos e irrepetibles. Las personas tendemos a responder de un modo similar al enfrentarnos a ciertas situaciones. Es por esto que, nuestro comportamiento no está determinado tan solo por la personalidad. El aprendizaje, el ambiente o los estados anímicos nos condicionan a la hora de actuar en ciertos momentos.


La personalidad puede, en cierta medida, predecir o determinar cómo nos comportaremos ante diferentes situaciones, no podemos pretender que la exactitud sea al cien por cien. La complejidad del ser humano y la inmensa cantidad de factores que intervienen en nuestra manera de actuar hacen imposible la identificación de un único predictor de comportamiento.


Cuando hablamos del desarrollo de la personalidad debemos tener en consideración dos conceptos: genotipo y fenotipo. El primero se refiere a las potencialidades que tenemos debido a nuestra constitución biológica, es decir, lo que podríamos o deberíamos ser y está determinado por la herencia y el desarrollo neuropsicológico. El segundo hace referencia a la manifestación conductual de nuestra personalidad, es decir, lo que hacemos y cómo lo mostramos, y está determinado por el genotipo y por los procesos de aprendizaje a lo largo de nuestra vida. Ambos desempeñan un rol fundamental para el desarrollo de nuestra personalidad.

Factores determinantes de la personalidad


Existen varios factores que son determinantes en nuestra personalidad, como: la herencia, el afecto, la nutrición, la salud física, el desarrollo neuropsicológico, el ambiente y el aprendizaje.


Según Hans J. Eysenck, psicólogo inglés que dedicó su vida al estudio de la personalidad, la estructura de personalidad posee tres “dimensiones”: carácter, temperamento (que muchas veces se confunden) e inteligencia. Nos referimos a un conjunto de pensamientos, sentimientos y comportamientos profundamente incorporados.


Carácter: Aquellas características en las que tiene un mayor peso la influencia del ambiente, es decir, el aprendizaje. Es adquirido, ligado a factores educativos y culturales. Sin él nos sería imposible interiorizar las normas sociales y nuestro ajuste voluntario. Se le puede educar, claro está que con trabajo personal.


Temperamento: Es la base biológica del carácter, nos viene dada, es nuestro comportamiento afectivo (en gran parte resultado de la suma de procesos químicos del cerebro).


Inteligencia: Comportamiento cognitivo, formada por algunas variables como la atención, la capacidad de observación, la memoria, el aprendizaje y las habilidades para socializarse.

De esta manera, ciertas características propias, que con el paso del tiempo y con un conjunto de factores como son el origen ambiental, la cultura, la familia, la educación recibida, etc., se van desarrollando y definiendo, estructurando y cambiando con el paso de los años. En este proceso intervienen de forma significativa ejerciendo una gran influencia las figuras de los padres, los amigos, profesores. (Rodríguez, 2018)

La teoría interpersonal de H. S. Sullivan


Para este autor la personalidad se puede definir como un patrón de comportamiento relativo a las situaciones de interacción con otras personas. Se trataría de una entidad estable y compleja, determinada tanto por las necesidades fisiológicas e interpersonales innatas como por el aprendizaje a través de experiencias tempranas y el proceso de socialización.


En este sentido, la personalidad se formaría progresivamente en función del contacto con el entorno social y de la propia capacidad para satisfacer las necesidades, así como la tensión que estas causan tanto desde un punto de vista biológico como desde uno psicológico. Los fallos en este tipo de aprendizajes y la falta de adaptación psicológica llevarían a la patología.


Según Sullivan, el constructo que conocemos como “personalidad” está compuesto por tres aspectos estables: los dinamismos y las necesidades, el Sistema del Yo y las personificaciones. Todos ellos se desarrollan a partir de la interacción con otras personas y de cómo resolvemos nuestros impulsos fisiológicos y sociales.


1. Necesidades y dinamismos

El psicoanálisis interpersonal define dos grandes conjuntos de necesidades humanas: las de autosatisfacción y las de seguridad. Las primeras se asocian con la fisiología e incluyen la alimentación, la excreción, la actividad o el sueño; las necesidades de seguridad tienen un carácter más psicológico, como la evitación de la ansiedad y el mantenimiento de la autoestima.

Los dinamismos son patrones de conducta complejos y más o menos estables que tienen la función de satisfacer una necesidad básica determinada, en palabras de Sullivan, de “transformar la energía física del organismo”. Hay dos tipos de dinamismos: los que se relacionan con partes específicas del cuerpo y los asociados a experiencias de miedo y de ansiedad.


2. El Sistema del Yo

El Sistema del Yo se desarrolla a lo largo de la infancia a medida que experimentamos ansiedad y la aliviamos a través de otras personas. Se trata de una estructura psíquica que cumple la función de manejar la ansiedad, esto es, de lidiar con las necesidades de seguridad. Con la edad adopta también la función de proteger la autoestima y la imagen social.


3. Las personificaciones

Sullivan utiliza el término “personificación” para hacer referencia a los modos por los cuales los niños interpretan el mundo: atribuyendo a personas y colectivos características de otros, basándose tanto en experiencias de interacción como en creencias y fantasías personales. Las personificaciones tendrán una gran importancia en las relaciones sociales a lo largo de la vida.


Modos de experiencia el desarrollo de la mente


Siguiendo los planteamientos de Sullivan, la personalidad se forma mediante el traspaso de lo interpersonal a lo intrapsíquico. De este modo, si las necesidades de una persona durante la infancia quedan cubiertas satisfactoriamente, logrará un sentido de autoconfianza y de seguridad; si no, desarrollará una tendencia a sentir inseguridad y ansiedad.


Los modos en que experimentamos nuestro entorno físico y social cambian en función de la edad, del grado de dominio del lenguaje y de la correcta satisfacción de las necesidades. En este sentido Sullivan describió tres modos de experiencia: la prototáxica, la paratáxica y la sintáctica. Cada una de ellas se subordina a las que aparecen posteriormente.


  • Experiencia prototáxica

Los bebés experimentan la vida como una sucesión de estados organísmicos no relacionados entre ellos. No existe una concepción de causalidad ni un verdadero sentido del tiempo. Progresivamente se irá tomando conciencia de las partes del cuerpo que interactúan con el exterior, en las cuales se dan sensaciones de tensión y de alivio.


  • Experiencia paratáxica

Durante la infancia las personas nos diferenciamos del medio y obtenemos conocimientos sobre los modos de satisfacer nuestras necesidades; esto permite la aparición de símbolos personales a través de los cuales establecemos relaciones entre eventos y sensaciones, como las de causalidad.


Sullivan habló de “distorsión paratáxica” para hacer referencia al surgimiento de experiencias de este tipo en etapas más avanzadas de la vida. Consisten fundamentalmente en relacionarse con otros de forma equivalente a la que se dio con personas significativas en el pasado; esto se manifestaría en la transferencia, por ejemplo.


  • Experiencia sintáctica

Cuando el desarrollo de la personalidad se produce de forma saludable aparece el pensamiento sintáctico, que tiene un carácter secuencial y lógico y se modifica constantemente en función de las nuevas experiencias. Además, los símbolos son validados a través del consenso con otras personas, lo cual da un sentido social al comportamiento. (Figueroba,2019)


“El tipo de libertad más importante es el de ser lo que realmente eres”. Jim Morrison

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